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miércoles, 15 de marzo de 2017

Un enfoque integral de la vivienda

El entorno internacional, como bien sabemos, ha sido poco propicio para el crecimiento de nuestra economía y la mejora en las condiciones de vida de los que menos tienen. Por desgracia, las situaciones adversas suelen dañar mucho más a los que menos tienen y, de paso, recrudecer los círculos viciosos del atraso y la pobreza. Y si bien es cierto que nuestra economía dista mucho de ser la excepción a la regla de sujeción a los vaivenes y la incertidumbre de la economía internacional, igualmente cierto es que existen siempre áreas de oportunidad para mitigar y compensar los impactos negativos, a condición de mostrar entereza y confianza en las capacidades propias.
En el contexto descrito, cobra plena relevancia el paquete de compromisos signado recientemente por el sector vivienda, en el marco del Acuerdo por el Fortalecimiento Económico y la Protección de la Economía Familiar. Se trata, a entender propio, de un instrumento con pretensiones integrales y de indudable apertura al reconocimiento de la naturaleza multidimensional del sector vivienda. Aquí, además de su implicación como una de las principales y más sentidas causas sociales entre los sectores de más bajos ingresos, con todo lo que ello implica en materia de justicia y seguridad social, se parte del reconocimiento del enorme potencial que el sector de la vivienda tiene como palanca para el fortalecimiento del mercado interno y la reactivación de la economía en su conjunto.
Si alguna duda cabe sobre lo anterior, puede disiparse teniendo en cuenta que el sector representa cerca del 6% del PIB, cuyos alcances involucran 32 ramas y 78 clases de actividad económica, que actualmente dan lugar a casi tres millones de empleos. Si a ello se suma el hecho de que, contrario a lo que pasa en otras esferas de la economía nacional, la inversión en el rubro de la construcción residencial ha experimentado en los últimos dos años un crecimiento sostenido cercano a los 4.5 puntos porcentuales por año.
Así las cosas, existen enormes áreas de oportunidad para los diversos actores públicos y privados que inciden en este sector. Por ejemplo, a través de la Comisión Nacional de Vivienda (CONAVI) y la Sociedad Hipotecaria Federal (SHF), la SEDATU otorgará subsidios para 130 mil acciones de vivienda y la creación de un fondo de garantías que permitirá realizar 10 mil acciones de vivienda nueva; en abril, el INFONAVIT incrementará los montos máximos de los créditos; FOVISSSTE atenderá aproximadamente a 40 mil familias con esquemas de reestructura para liquidación de adeudos y preservación del patrimonio familiar, promoverá el segundo crédito para los trabajadores en activo y con el apoyo de la Sociedad Hipotecaria Federal por 12 mil millones de pesos asignará 30 mil créditos; el INSUS implementará un programa de condonación de cartera vencida por adeudos de escrituración por 410 millones de pesos, en beneficio de 18 mil familias, firmará convenios para escriturar más de 100 mil viviendas, en apego a los criterios establecidos en la Política Nacional del Suelo.
Por su parte, la industria de la construcción se compromete a mantener los ritmos de construcción, inversión y generación de empleo, lo que se traducirá en la construcción de cerca de 400 mil viviendas en 2017; y, por su parte, los desarrolladores de vivienda afiliados a CANADEVI continuarán con sus esfuerzos de construcción de vivienda para personas de bajos ingresos. Así, mediante la acción concertada de las empresas y las instituciones públicas del sector vivienda, se espera potencializar su efecto dinamizador y su contribución a los cerca de tres millones de empleos. En suma, el sector vivienda seguirá siendo el ejemplo palpable de que satisfacer causas nobles y promover el desarrollo económico no son actividades contrarias sino perfectamente compatibles. 

martes, 14 de marzo de 2017

Una agenda intergeneracional

El cambio, advertían los griegos, es la forma natural de los fenómenos del mundo. Más que una elección, aunque a veces tardemos en darnos cuenta, el cambio constituye una circunstancia. El dilema genuino, pues, no estriba en cambiar o no cambiar, sino en sí aspiramos a dirigir las transformaciones o a padecerlas. A este respecto, más que una excepción, la política confirma la regla. La estadística humana, por ejemplo, ha venido dando cuenta puntual de cómo la población mexicana ha venido transitando de un estructura de población mayoritariamente infantil a una mayoritariamente adulta.

Las implicaciones de la transición demográfica son diversas y complejas. Cuantitativamente, por ejemplo, existe claridad en relación al peso signifocativo que tendrán las y los jóvenes que en las elecciones de 2018 ejercerán por primera vez su derecho a votar. La parte que no nos resulta tan clara a quienes ejercemos la política es lo que eso significa en cuestión de cambios sustantivos en los modos de entender la vida y construir las expectativas sobre el desarrollo personal. Sondeos como la Encuesta Nacional sobre Culturas Políticas y Prácticas Ciudadanas (ENCUP) o el Informe País de la Calidad de la Ciudadanía auspiciado por el INE muestran fehacientemente el poco entusiasmo y la escasa confianza de los jóvenes hacia las instituciones políticas y los discursos convencionales de los políticos. Consiste con ello igualmente resulta que las jóvenes generaciones marcan su distancia con las expresiones de acción colectiva tradicionales, tales como los sindicatos y los partidos políticos, que a los adultos nos atraían.

En efecto, en lo cualitativo, de esto trata el cambio demográfico: generaciones adultas que, en lo general, no alcanzamos a comprender bien a bien los  modos juveniles de entender la vida y las relaciones interpersonales, las preferencias por la libertad interior, el ocio y el goce presente por sobre las altas remuneraciones, la estabilidad laboral esclavizante y el sacrificio presente en aras de un mejor futuro.  En efecto, de esto trata la fractura comunicativa entre las generaciones adultas y las jóvenes: experiencias de vida que se traslapan sin tender puentes entre sí. De políticos e instituciones convencionales que se pasman y, por lo mismo, descalifican las expresiones juveniles, por disonantes y sin sentido.

En la forma en que yo lo veo, desde la vocación política que profeso, uno de los desafíos principales estriba en el cambio propio por emprender en tanto que condición de posibilidad  para conectar con las jóvenes generaciones y construir en conjunto con ellas un mejor porvenir. En tal sentido, valga la insistencia, los jóvenes nos imponen a los políticos adultos un reto formidable y, a la vez, nos ofrecen una oportunidad inmejorable de poner en práctica eso que llamamos política: el arte de construir acuerdos con base en la diversidad.

Es tiempo de darle la vuelta a la tortilla y comenzar por lo que no se ha hecho: justipreciar las jóvenes generaciones, darles la voz y aprender de ellas. De los pasos que demos en esa dirección dependerá que los jóvenes hagan lo propio con nosotros y nos den la oportunidad que no nos hemos ganado de constrir lazos intergeneracionales, que amplíen las posibilidades de forjar un mundo plural que de cabida a las muy naturales y legítimas formas de entender y practicar la vida.

Nunca como hoy, el diálogo entre las generaciones ha revelado tamaña urgencia e importancia, quizás porque el cambio por dirigir exija ser un concierto a múltiples voces y con entenderes generacionalmente distintos. Si esto se traduce en la confección de una agenda política intergeneracional, habremos dado un paso adelante en las frases huecas,  que se refieren a los jóvenes como la esperanza del futuro sin voz en el presente.